Historia

La historia del complejo Peñamar se remonta varias décadas atrás cuando valientes emprendedores buscaban un medio para subsistir. Todo comienza en una primavera del año 1963 cuando un humilde labrador comenzaba a dar forma a un sueño.

Ese labrador era mi abuelo Pepe, quien, junto con su esposa y sus dos hijos, trabajaba en su pequeño caserío, en la parroquia de Piñera. Mi abuelo, que era una persona emprendedora, maduraba en su cabeza la idea de cambiar de vida, de arriesgarse para mejorar.

Sabía que los familiares de Avelino, dueño de la casa de comidas del mismo nombre, pronto venderían el negocio. Quizás podría ser él quien comparara ese pequeño restaurante. ¿Por qué no? Contaba con su don de gentes, su facilidad para las relaciones sociales y con la destreza de su mujer con los fogones.

Mi abuela Mercedes siempre fue una mujer fuerte, seria, estricta, trabajadora… Sé que, en numerosas ocasiones, intentó disuadir a mi abuelo de su alocada idea. Pero no fue posible, él lo tenía claro y, según pasaban los meses, más se convencía y se agolpaban en su cabeza ideas de reformas, mejoras, nombre del establecimiento, en incluso un logotipo del mismo. (Fíjate, bolito, tú diseñando imagotipos hace cincuenta años, sin saber si quiera el significado de esa palabra).

Por fin, llegó el año 1963 y unos meses después de haber despedido a su hijo, que marchaba a hacer el servicio militar, mis abuelos vendieron sus propiedades en Piñera y, por unas quinientas mil pesetas (unos tres mil euros), compraron Casa Avelino.

Lo primero que hicieron fue cambiar la identidad. A partir de ese momento sería un negocio nuevo, con una cara nueva. Había nacido el Restaurante Peña-Mar, con la galera que da forma a su imagen. Ese nombre y esa imagen que diseñó mi abuelo son, hoy en día, conocidos y distinguidos en la zona.

Recuerdo numerosas ocasiones en las que mis abuelos me hablaban de aquellos difíciles momentos. Atendían a los escasos clientes con la ayuda de su hija Isabel y, tras regresar al pueblo, también de su hijo Marcelino. Isabel se casaría dos años más tarde y, entonces, continuaría a su lado Marcelino, mi padre.

Poco a poco, los potajes y asados de mi abuela fueron haciéndose un hueco. Muy poco a poco comenzó a escribirse la historia empresarial del Peña-Mar.

Mi padre heredó esa mentalidad luchadora y emprendedora de mi abuelo, aderezada con el carácter serio y estricto de mi abuela. Él consiguió que el establecimiento fuese creciendo, hasta llegar a lo que es hoy en día.

Durante gran parte de ese camino ha estado acompañado y apoyado por mi madre, Maruja. Una jovencita de Piantón que supo adaptarse a la vida en el Restaurante, desempeñando, los primeros años, el trabajo de camarera. Sí, ella y mi abuelo atendían el comedor, mi padre la barra y mi abuela se ocupaba de los fogones.

Así pasaron años prósperos. Comenzaron los banquetes, el guiso de los domingos, las cenas-baile de fin de año… ¡Tantos recuerdos! Esos recuerdos nos han llevado a lo que somos hoy en día.

Desde el orgullo del que se siente parte de ella, quiero poner el acento en la siguiente idea:

El Peña-Mar es más que un restaurante, es el establecimiento donde muchas parejas se han casado, han bautizado y celebrado la Comunión de sus hijos, e incluso los están casando ahora. Forma parte, pues, de sus recuerdos.
Pero, además, el Peña-Mar ha sido, y es en cierta medida, un bar de pueblo; el lugar de reunión de muchos vecinos. Algunos de ellos tenían “su taburete”, “su mesa”… Al igual que ocurre en sus casas, aquí también se siente esa silla vacía, cuando nos dejan para siempre.
Esa silla vacía existe también para mi abuelo, su silla de la partida de tute. El campeonato de tute, uno de los acontecimientos del invierno; coronado por una entrega de premios y una copiosa comida. Y, mi abuelo, entre sus compañeros de juego, el “number one”… ¡Por supuesto!

Hoy quiero dar las gracias a mi abuelo, por haber decidido arriesgarse para lograr algo mejor; a mi abuela, por seguirle; a mi tía Isabel, por ayudarle en los difíciles comienzos; a mi padre, por continuar, afianzar y lograr que tuviese sentido esa lucha inicial; y a mi madre, por ayudarle a conseguirlo.

El Peña-Mar continúa, con la ayuda ahora de mi hermano, con la misma filosofía que mis padres nos han inculcado: Estamos para servir al cliente y hemos cumplido cuando él se va satisfecho.

A partir de aquí, serán precisamente Ustedes, los clientes, quienes continuarán escribiendo esta historia…

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